Memoria histórica

ES CURIOSO observar cómo las naciones –o sus agrupaciones precedentes– tienen alguna fijación, por razones de lugar, de raza, de simpatía o lo contrario. Portugal fue siempre, quizá por geografía, aficionada al mar y a él se lanza. España fue siempre guerrera, regañona y pobre: hasta en la América, que descubrió buscando China o Catay. Francia, en cuanto lo es, resulta trincona, reflexiva y parvenue. Lo de Alemania es una fijación antijudía. Ya en la Primera Cruzada, a principio del XI, mientras otros países no ocupados (nosotros, con la mal llamada Reconquista) organizaban levas por la invocación aprovechada de Urbano II –papa romano resultante de un cisma– e iban recolectando provechos diferentes, Alemania organizó sus bandas en el Norte y cruzó Europa saqueando juderías: a ella la invadió siempre esa obsesión de razas y saqueos, de campos de exterminio. Todo lo que ahora mismo hace –un poco a la fuerza y otro poco por conveniencia y algo más por buscar el olvido de la Segunda Guerra– se tiñe de ese odio histórico. Remember. O memento.